Personalmente tengo mi propia opinión sobre la saga, creo que está hueca. Esta el sexo y nada más, no hay más mundo más allá de las puertas de las lujosas habitaciones por donde pasean semidesnudos. Incluso el villano es descafeinado, las escenas de "acción" se quedan en nada. Así es, no tiene alma y está llena de texto extra, aquello que los escritores llamamos "paja" para rellenar páginas.
Hace un tiempo leí la crítica de alguien que comentaba que Grey era un "Viejoven". Es decir, un chico joven con gustos de viejo. No me malinterpretéis, me gusta Sinatra como a la que más, pero seamos sinceros... ¿que apuesto joven, culto y millonario, seduce a la inexperta joven con sinatra, regalos caros y música de piano? Oh, si, ¡Edward Cullen! (Dato curioso, por radio macuto comentan que Cincuenta Sombras de Grey era al principio un FanFic de Crepúsculo) Así que eso nos deja con dos posibilidades: un vampiro anacrónico... o la fantasía calenturienta de la generación del 68.
Así que se me ha ocurrido reescribirlo, no porque me crea mejor que la autora ni nada así (y bueno, si ella se puso a escribir un Fanfic de otro libro, ¿por qué no puedo hacer yo lo mismo con los suyos?), sino porque creo que no está acorde con los tiempos que corren y que, hoy en día, la historia habría sido bien distinta. Y voy a hacerlo siguiendo la técnica de escritura del libro original, y eso que en mi opinión escribir una historia en primera persona del presente es una puta mierda.
CAPÍTULO 1
Me miro en el espejo y frunzo el ceño, frustrada. Me armo de
valor y atrapo uno de esos malditos pelos oscuros y cortos que, según el
tutorial de youtube, me sobran en la ceja y tras respirar hondo... doy un tirón
seco.
Aguanto las ganas de retorcerme por el calambrazo agónico de
dolor que se extiende por mi cara. Ojalá pudiera hacer eso al mismo tiempo que
estrujo una pelotita antiestrés. En el mp4 de mi compañera de piso, Karina
Mitchell, suena Summertime Sadness de
Lana del Rey. La maldigo para mis adentros mientras me arranco otro pelo
sobrante de mi ceja derecha. Siempre que quiere pedirme algo, me pone esa
canción.
Sabe que me encanta.
Y de no funcionar eso tiene su muy practicada carita de
"gato con botas": ojos grandes y tiernos, un gesto dulce y un ligero
puchero. Mierda, de nuevo me estaba mirando con esa cara, con sus ojazos azules
y su pelazo rubio platino.
Debería estar emocionada (otro pelo fuera, ¡mierda! ¡cómo
duele!), Karina se ha puesto enferma y me ha pedido que me encargue yo de la entrevista
que tenía reservada con el señor Gray, uno de los hombres del momento. La tele
lo adora, los periodistas mascan cualquier detalle en busca de destapar algún
secreto escandaloso e incluso la radio lo comenta. Hasta alguien como yo, que
según palabras de Karina soy como un molusco incapaz de salir de debajo de mi
piedra, he oído hablar de él. ¿Cómo no hacerlo si es el mecenas de nuestra
universidad?
No es que sea una entrevista especialmente importante,
Karina es una de las editoras de la revista de la facultad y se lo toma como si
alguien fuera a pagarle por ello... al menos contará en su curriculum. Lo que
me recuerda que me voy a comer yo el marrón en lugar de estudiar para los
exámenes finales, para los que quedan tan solo una semana, y encima se va a
llevar ella todo el mérito.
¡Jolín! Ni que fuéramos amigas intimas. Quiero decir, me cae
bien y es una buena compañera de cuarto... pero somos demasiado distintas...
Karina Moore es rubia, de ojos azules, con la piel ligeramente dorada por el
sol y muy popular entre el género masculino. En cuanto a mi, mucha gente me ha
dicho que mi cara tiene carácter... lo que debe significar que no soy
especialmente agraciada. Mi pelo es oscuro, fino y liso y me ayudó a ganarme el
mote de "Miércoles", mote que aun dura a pesar de haber cambiado mis
dos trenzas por dos coletas. Mi vida amorosa es tan excitante como observar a
un pez en una pecera redonda y eso no parece ir a cambiar en breve. Ni a mi me
gusta el deporte, ni a ella la fotografía... ni siquiera nos gusta la misma
música y siempre tengo la sensación de
que si hubiéramos ido al mismo instituto me habría hecho la vida imposible.
-Tess, lo siento.- dice una vez más con un hilillo de voz.
-Ya, ya...- la intento atajar con cada vez menos paciencia
por culpa de mis cejas.
-De verdad...-insiste después de algunas toses gorgoteantes-
tardé nueve meses en conseguir una entrevista con él. Si pierdo esta
oportunidad, tendré que esperar mínimo otros seis meses, y para entonces ya
estaremos graduadas.
De nuevo se pone a toser como si se fuera a morir, así que
asiento, me recojo el pelo en las dos coletas que suelo llevar y cojo la lista
de preguntas que ha preparado y la grabadora.
-No llegues tarde, porfa.- me pide dulcemente mientras saca
uno de sus brazos de debajo de la manta para alcanzar el vaso en el que ya se
ha disuelto su paracetamol.
Cojo mi bandolera marrón, asiento una vez más y me marcho
dejándola acurrucada en el sofá, tapada por una manta.
Salgo de la residencia de estudiantes y camino hacia el
aparcamiento. No puedo creerme que me haya dejado convencer. No solo voy a
perder prácticamente todo un día de estudios, si no que no podré colgar mi
entrada diaria en mi blog y, lo que es peor, estoy ayudando a engrosar el
curriculum de la que en el futuro será una dura competidora en el mundo del
periodismo. Por un momento me planteo la posibilidad de incluir la entrevista
en mi blog y en mi curriculum... pero se que la venganza de Karina sería
terrible así que suspiro, estoica, y me subo en mi viejo Opel Kadett del 88,
coche que pasó de mi padre a mi madre, y finalmente a mi.
Apenas hay tráfico cuando salgo de Vancouver, Washington, en
dirección a la interestatal 5. Más relajada que hace unos minutos, enciendo mi
mp4 y Syd Matters empieza a sonar en una canción dedicada a las chicas
americanas. Aunque mi coche no es capaz de acelerar en serio, me pierdo en la
música y en las ideas y proyectos que me inspira, y los kilómetros pasan
volando.
A la una y media del mediodía ya estoy en Seattle, me queda
tan solo medía hora para la entrevista. Por suerte, el altísimo edificio de la
sede principal de la multinacional del señor Gray es fácil de encontrar. Un
gigante de más de veinte plantas, hecho con vidrio y acero, de color gris y
blanco, intimidante y con un aspecto frío y profesional. Las palabras GRAY
HOUSE adornan las puertas de vidrio oscuro de la entrada en un discreto tono
metálico oscuro. Son las dos menos cuarto cuando entro en el inmenso vestíbulo.
La decoración está entre el estilo griego y el minimalista, la piedra suave y
blanca de las paredes contrasta con el vidrio oscuro de las puertas, enmarcadas
por acero forjado. Algunos cuadros abstractos y un enorme mural con el nombre
de la empresa iluminado en un blanco sobrenatural me dan la bienvenida.
Todo en ese lugar parece frío y eficiente, igual que la
chica rubia, alta y atractiva que me sonríe desde el otro lado del mostrador.
Su pelo está sujeto en una tensa y perfecta coleta alta y está impecablemente
arreglada con una camisa blanca, combinada con una falda gris de ejecutiva y
una americana del mismo color. Ahora que me doy cuenta, en el vestíbulo hace un
frío que pela. Me froto disimuladamente los brazos, tengo la piel de gallina.
Tal vez debería haberme replanteado mi vestimenta... mis Vans granates, mis
tejanos desgastados y mi camiseta gris de manga larga con el eslogan " Sr,
Bigote y Sr. Bigote, Recién Casados" no encajaban demasiado en ese nuevo
universo al que había llegado.
-Vengo a ver al señor Gray. Theresa Stiles, de parte de
Karina Moore.
-Discúlpeme un momento, señorita Stiles.- me pide con un
tono tan formal que parece despectivo y empieza a teclear en su ordenador.
Me quedo callada, esperando frente a ella, cada vez más
intimidada por el pesado silencio, roto tan solo por el sonido de su rápido
teclear. Un par de hombres trajeados cruzan el vestíbulo y me miran de arriba a
abajo sin ningún disimulo, sorprendidos ante mi avergonzante y poco elegante
forma de vestir. Paso los dedos por una de mis coletas, desenredando nerviosa
un mechón.
-Sí, tiene cita con la señorita Moore.-dice por fin la
rubia- Firme aquí, por favor. Siga por este pasillo, el último ascensor a la
derecha, planta 28.
Vuelve a sonreírme, sin duda divertida, mientras firmo.
Acepto el pase de seguridad con la palabra VISITANTE que me ofrece y me dirijo
con rapidez al ascensor que me ha indicado. Esa tarjetita es suficiente para
pasar entre dos vigilantes, elegantemente vestidos de negro, apostados cerca de
los ascensores. Mi mente crítica empieza a tomarse a broma la seguridad del
edificio. Mucho traje, mucha pose... pero ni siquiera me habían pedido el carné.
Había llegado al vestíbulo, había dicho un nombre y me habían dejado pasar. Los
guardias de seguridad me habían mirado de arriba a abajo pero ni siquiera
habían pedido registrarme. Podría tener un arma, podría no ser quien había
dicho que era, podría pretender matar al Señor Gray y toda su fuerza de
seguridad no se habría ni enterado.
El ascensor sube tan rápido que siento un ligero vértigo en
el estómago, o tal vez sea que estoy cada vez más nerviosa. Pretendía echarle
un vistazo a la lista de preguntas que Karina me ha dado, pero en menos de un
minuto ya estoy arriba. Al abrirse las puertas del ascensor, me encuentro con
otro vestíbulo prácticamente idéntico al de la primera planta. Hasta la rubia
que me saluda con una sonrisa desde detrás del mostrador parece un clon
perfecto de la primera.
-Señorita Stiles, ¿puede esperar aquí, por favor?- me
pregunta, señalándome una zona de asientos de piel colocados junto a la pared
de vidrio del pasillo. El efecto de la pared de vidrio es terrible, da la
sensación de que ese pequeño trozo de edificio estuviera expuesto y puede verse
prácticamente todo el distrito. Definitivamente, el señor Gray nunca tendría
una reunión con alguien que padeciera de vértigo. A través de la otra pared de
vidrio se puede intuir una gran sala de reuniones, con una mesa larga de madera
oscura y al menos veinte sillas a su alrededor. Al otro lado de la mesa, otro
enorme ventanal ofrece a aquellos que estén reunidos otra impactante vista de
Seattle hacia el Sound.
Me siento, saco las preguntas de mi bandolera y les echo un
vistazo rápido. Nunca me he sentido cómoda en las entrevistas cara a cara,
prefiero las entrevistas por internet o el anonimato de una charla en grupo.
Para ser sincera, lo que me gustaría estar haciendo es escribir algo para mi
blog. Tal vez tenga tiempo, así que saco mi móvil con la intención de empezar
un artículo de opinión sobre mi pequeño viaje a Seattle. Puede que la entrevista
no pueda engrosar mi curriculum, pero el hecho de ser yo quien me reúno con el
enigmático señor Gray atraerá muchos lectores.
Sin embargo, antes de que pueda teclear más de dos frases,
dos personas se acercan a mi. Una de ellas es otra rubia, vestida idéntica a
las dos anteriores y con una coleta parecida. Otro clon. ¿Tendría el señor Gray
algún tipo de fetichismo con las rubias? La otra persona se trata de un tipo
enorme, afro americano, con un elegante traje de corte negro con una camisa
blanca. Su pelo está afeitado muy corto, luce una perilla muy bien delineada y
tiene un gesto rudo. Entre el traje y el pinganillo de su oído, pude adivinar
que se trataba de otro guardia de seguridad. Una plaquita en su chaqueta rezaba
"Williams".
-¿Señorita Stiles?- me pregunta la última rubia.
-¡Si!-le contesto con voz ronca y sobresaltada. El móvil
resbala de mis manos y cae al suelo. Lo guardo tras revisar que no se haya roto
la pantalla- Si.- repito, esta vez en un tono algo más normal.
-El señor Gray la recibirá enseguida. ¿Nos permite revisar
su bolso?
-Si, claro.- le contesto ofreciéndole mi bandolera.
El guardia de seguridad Williams toma el bolso y empieza a
examinar su contenido de forma tan minuciosa que me siento algo alterada.
-¿Le han ofrecido algo de beber?- me pregunta la rubia, al
parecer para distraerme del incómodo examen del guardia de seguridad Williams.
-Pues...no.
Otro momento incómodo. La ultima rubia frunce el ceño y
lanza una rápida mirada a la chica del mostrador. ¿La habré metido en problemas?
-¿Quieres un té, café, agua?- me pregunta con una nueva
sonrisa.
-Un... café con leche... de soja ... porfavor. Gracias.-le
pido con timidez.
-Olivia, tráele a la señorita Stiles un café con leche de
soja, por favor.- dice alzando la voz, con seriedad. La rubia número dos se
levanta de inmediato y desaparece con pasos rápidos detrás de una puerta al otro lado del vestíbulo.
-Le ruego que nos disculpe, señorita Stiles. Olivia es
nuestra nueva empleada en prácticas.
Asiento, pero antes de que pueda responder el guardia de
seguridad Williams se acerca a mi. Con su cercanía puedo oler la potente mezcla
de su colonia Hugo Boss con lo que debía ser su olor corporal.
-Permítame, por favor.- pide con seria formalidad.
Ante su gesto, extiendo brazos y piernas manteniéndome en
pie. Sus manos, cálidas y rudas a través de la ropa, se mueven con rapidez en
el registro, descartando cualquier objeto oculto. A pesar del ligero sofoco que
siento, admiro su profesionalidad. El solito está paliando la falta de seguridad
que hay en el resto del edificio.
-Gracias.- dice escuetamente, apartándose de mi y
devolviéndome la bandolera. Le hace un ligero asentimiento a la rubia número
tres y se retira, quedándose de pie junto a la puerta de entrada a la sala de
reuniones.
-Por favor, siéntese.-me dice la rubia- El Señor Grey la
atenderá en cinco minutos.
Vuelvo a sentarme y echo un vistazo al reloj de mi móvil.
Justo faltan cinco minutos para las dos en punto, hora de la cita. Olivia
vuelve con una taza humeante y dos sobres de azúcar, ganándose otra mirada de
soslayo de la tercera rubia.
-¿Azúcar o sacarina?- me pregunta de inmediato.
-Azúcar, gracias.- le respondo sonriendo. Olivia parece
sonreír aliviada.
-Aquí tiene, señorita Stiles.
-Gracias.
Ambas rubias regresan al enorme mostrador y sus tacones
resuenan en el suelo de piedra. Toman asiento y siguen trabajando en completo
silencio.
Definitivamente parecen clones. El señor Gray debe de tener
alguna fijación con las mujeres rubias, tal vez por eso Karina consiguió la
entrevista. Estoy distraída, preguntándome si Karina hubiera recibido alguna
oferta de empleo del señor Gray de haber venido ella, cuando la puerta del
despacho se abre y sale otro afro americano alto y atractivo, aunque no tan
grande como el guardia de seguridad Williams, con el pelo rizado y vestido con
elegancia. Estoy enfrente de la puerta, así que nada más salir me obsequia con
otra mirada de arriba a abajo, con una sonrisa que parece burlona.
Está claro que no podría haber elegido peor mi ropa. Me
remuevo inquieta en el asiento mientras el se vuelve hacia la puerta.
-Gray, ¿jugamos al golf esta semana?
No oigo la respuesta. El hombre sonríe y cierra la puerta al
salir. Olivia se ha levantado de un salto para ir a llamar al ascensor. Parece más
nerviosa que yo.
-Buenas tardes, señoritas.- se despide él, metiendose en el
ascensor.
-El señor Gray la recibirá ahora, señorita Stiles. Puede
pasar.- me dice la rubia número tres.
Me levanto como un resorte y estoy a punto de volver a dejar
caer mi móvil. Lo guardo en mi bandolera, que ahora está echa un desastre.
¿Dónde está la grabadora? Empiezo a revolver en busca del escurridizo cacharro.
-No es necesario que llame. Entre directamente. El Señor
Gray la espera.
Empujo la puerta sin mirar, aun revolviendo el contenido de
mi bandolera, tropiezo con mi propio pie y caigo de bruces en el despacho.
Mierda... otra de mis entradas triunfales justo ahora. Estoy de rodillas, con
las manos apoyadas en el suelo y para colmo de males, gran parte del contenido
de mi bandolera está desperdigado delante de mi. Veo la grabadora, parece
haberse roto por el golpe.
Unas manos amables me rodean para ayudarme a levantarme.
Cuando alzo la vista me encuentro con la cara seria y el gesto profesional del
guardia de seguridad Williams y por una vez agradezco que se muestre tan
impersonal. También me ayuda a recuperar mis objetos que vuelvo a meter en mi
bandolera... incluido un paquetito de tampones.
Mierda.
-Gracias...- musito con timidez, sin alzar la vista, cuando
Williams me devuelve la bandolera. La grabadora está rota. Karina me va a
matar. Tengo que armarme de valor para alzar la vista. madre mía, qué joven es.
0 comentarios:
Publicar un comentario